Todo o Nada (Una apuesta ganadora)

Publicado por

el

Por Erica C. Morales

Recuerdo aquel día como si no hubieran pasado dos años. El Madrid disputaba la final de Champions contra el Dortmund y mi empresa y todos los míos dependían de que los pronósticos que había lanzado para el encuentro nos posicionaran como los mejores tipster de la capital. Sin embargo, a pesar de que debía haber estado centrado en el partido, tuve que salir del despacho antes de que el árbitro pitara el final y con el marcador a cero. Me adentré en el tráfico madrileño para asistir al cumpleaños de mi hermanastro sin ser consciente de que aquella decisión sería una apuesta ganadora.

Antes de que pudiera sentarme frente a la barra y disfrutar de los últimos minutos del partido, tanto Gonzalo, como mi cuñada Jimena, se acercaron a saludarme. Hablamos durante escasos segundos y el partido quedó relegado a un segundo plano. Y entonces la vi. Caminaba hacia nosotros con paso firme y aunque procuraba mostrarse segura de sí misma, su tristeza era latente.

—Olvídalo, Martín. No está pasando por un buen momento. Es la prima de Jimena y la quiere como si fuera una hermana. Si le haces daño, no te lo perdonará.

Y por primera vez en años, escuché el consejo de mi hermano. Me tragué mi orgullo y me posicioné del lado más sencillo y aquella misma tarde, me convertí en su amigo y en su jefe. Y aunque podría decir que fue una larga historia, no lo fue. Nuria buscaba trabajo y yo una persona leal y responsable que evitara que me volviera loco y lo logró, hasta que mi vida empezó a desmoronarse. Tras el accidente, todos los sueños de Gonzalo y Jimena se fueron difuminando hasta desaparecer. Y mientras sus vidas se iban haciendo cada vez más insulsas, a mí me devoraba la culpa. Yo les regalé aquella moto, me sentía orgulloso de ser uno de los pocos privilegiados que podía permitirse la adquisición de una Honda CBR 600. No lo habría hecho de saber que las vidas de Gonzalo y Jimena quedarían heridas para siempre. Y mientras ellos se refugiaban en la solidez de su matrimonio, yo lo hacía en el trabajo. Arriesgando cada día un poco más para sentir la adrenalina que me suponía apostar mi dinero en casas de apuestas que día a día me cerraban las puertas. Era tan jodidamente bueno, que los beneficios subían como la espuma. El negocio funcionaba, había acumulado una fortuna en mi cuenta bancaria y ¿todo para qué? Cada noche dilapidaba buena parte de los beneficios en drogas y alcohol. En pasar la noche con mujeres que desaparecían antes de que recuperase el conocimiento, rodeado de tipos a los que solo les interesaba mi fama y mi dinero para abrirse camino. La misma escena se repetía cada mañana de mi maldita existencia. Una habitación de hotel, el olor a humo y alcohol impregnado en el ambiente, restos de coca sobre una mesa de cristal, botellas de champán esparcidas por el suelo y yo, solo, desnudo y sin dinero. Hasta ese día en el que me la jugué a un todo o nada. Una apuesta que me marcaría para el resto de mis días.

Al abrir los ojos, la claridad que se proyectaba a través del ventanal, me obligó a volver a cerrarlos. Conforme fueron pasando los segundos fui captando pequeños detalles que me alertaron de que no estaba en mi casa ni en una habitación de hotel. Los techos altos, las paredes blancas repletas de cuadros con motivos florales, la textura de las sábanas y el olor fresco que se respiraba me recordaban a ella. ¿Pero cómo era posible? La culpabilidad me arrastró fuera del dormitorio y lo que vi me pareció un puto sueño del que no era merecedor. Nuria bailaba ajena a mi presencia mientras cocinaba. Me enamoré al instante. Al verla tan feliz y desinhibida no pude reprimir los sentimientos que había mantenido ocultos. Caminé hacia ella y me detuve a escasos metros. No quería asustarla, solo advertirla de mi presencia. Un pinchazo agudo en las sienes me obligó a sujetarme al borde del sofá. Necesité varios segundos para recomponerme y entonces, solo entonces, al alzar la mirada y ver su preocupación fui consciente de lo que estaba haciendo con mi vida.

Ni siquiera sé de dónde sacó la fuerza para llevarme de regreso a la cama. Solo sé que su sola presencia me ayudaba a estar en calma. Que, con ella, la culpa se hacía pequeña.

—Ni a Jimena ni a Gonzalo les gustaría verte así, Martín. ¿Hace cuanto que no vas a visitarlos? —me preguntó mientras me desabrochaba cada botón de la camisa—. Anoche te encontré en un estado… Si no hubiera vuelto, te habrías subido al coche y… no quiero pensar en lo que podría haber sucedido.

—Lo siento… —logré balbucear antes de quedarme dormido de nuevo.

Al despertar, Nuria estaba trabajando. Se había encargado de poner en marcha al equipo, cancelar las reuniones y reorganizar toda mi agenda. Desde el mismo instante en el que me vio, se desvivió por cuidarme y aunque insistí en pasarme por la oficina, no lo consintió. Me llevó a casa y cuando se cercioró de que podía quedarme solo, cuando logré convencerla de que no cometería ninguna irresponsabilidad, regresó a su casa. Hubiera dado lo que fuera por tomarle la mano y pedirle que se quedara conmigo, pero habría sido una completa locura. No tenía razón lógica para retenerla a mi lado.

Desde aquella mañana he hecho todo lo que se ha puesto en mi mano para pasar tiempo con ella. Le pedí a mi socio que preparase una fiesta para celebrar el final de la temporada. Fue reticente desde el principio, al menos hasta que le sugerí que sus amigas se unieran a la fiesta. Unos días más tarde la llevé a comer a su restaurante favorito escudándome en una reunión de trabajo que nunca se celebró y aunque la comida nos llevó a recorrer Madrid, a pasear por sus calles y disfrutar del ocio que nos ofreció la capital, al llegar a la oficina, aquella tarde inolvidable terminó con una despedida insulsa. Desesperado y ante la falta de ideas, organicé unas jornadas de convivencia. Alquilé una casa en Altea. Las vistas, el acceso privado a la playa y las puestas de sol jugaban a mi favor. Solo necesitaba tiempo a solas con ella. Fue un puto desastre. Apenas pude rascar unas horas del sábado antes de que los chicos volvieran de la playa, pero me bastaron para ser consciente de que lo que sentía por Nuria iba más allá de un mero capricho. Estaba enamorado.

Y ahora tengo que despedirme de ella siendo plenamente consciente de que estaremos separados más de quince días. Pero si hay alguien que merece este descanso, es ella. Y, aun así, no puedo evitar tener un día de mierda. Mi humor ha ido empeorando a lo largo de la mañana y ha llegado a su punto más álgido cuando la he visto cerrar el portátil y recoger su mesa de trabajo. Se marcha y yo me quedaré solo. Debería salir de la ciudad, coger un vuelo y desaparecer durante unos días. Podría ir a la casa de la playa, pillar el barco y pasar las fiestas navideñas en alta mar. Alejado del mundo para poder pensar en el futuro y así encontrar el camino que me lleve hasta ella.

—Bueno, yo ya me voy. ¿Vas a pasar las fiestas con Gonzalo y Jimena? —niego taciturno. Es lo único que tengo claro, no voy a pisar esa casa, no sabiendo que estará toda la familia—. ¿Acaso pretendes pasar las navidades aquí solo? Nada de eso. Te vienes conmigo.

—Espera, Nuria. Vas a hacer este viaje para reencontrarte con los tuyos. No puedo ir contigo, no seré buena compañía —confieso con suma sinceridad.

—Muy bien. Pues nos quedaremos aquí los dos viendo como Madrid disfruta de las vacaciones y de las fiestas —insiste obligándome a sujetarme a la silla para no correr a besarla—. Venga, Martín. Te vendrá bien salir de aquí, además, nadie debería estar solo en Navidad. ¡Recógeme en una hora en mi casa! ¡Si llego tarde al pueblo, te echaré la culpa a ti!

Antes de colarse en el ascensor, me dedica una de sus dulces sonrisas. Inspiro profundamente, busco el número de Gonzalo y antes de que conteste, dejo que el aire escape de mis pulmones.

—Tengo un jodido problema. Nuria me ha invitado a pasar las fiestas con su familia. No quiero cagarla, con ella no —explico en cuanto me saluda.

—¿Desde cuando eres tan dramático? Mira, Martín. Sé que cuando la conociste te pedí que no te acercaras a ella y ahora voy a pedirte justo lo contrario. Sal de esa oficina, cómprale algo bonito y dile lo que sientes por ella y dejad de perder el tiempo.

—¿Quieres decir que Nuria…?

—Nuria está enamorada de ti, sí. Eres un idiota por no haberte dado cuenta antes, pero aún estás a tiempo de devolverle la felicidad que un día le arrebataron.

En cuanto termino la llamada, corro hacia el aparcamiento. He perdido demasiado tiempo divagando, demasiado tiempo errando, anclado en el miedo y en la culpa. Ha llegado la hora de apostar por lo que realmente quiero. Apostar por Nuria y por lo nuestro. Por un futuro juntos.

A pesar del mal estado de las carreteras y del trayecto serpenteante que hemos dejado atrás hace unos minutos, sonrío como un imbécil. Ni la lluvia, ni el aire ni el estado de las carreteras han conseguido agriarme el viaje. Nuria es la mejor copiloto con la que he viajado. Desde que estuve en su casa, soy consciente de que le gusta cuidar a los suyos y eso me hace sentir jodidamente especial. Durante los más de trescientos kilómetros no han faltado ni la música ni las buenas conversaciones. Podría pasarse horas hablando. Yo, horas escuchándola.

Al llegar al pueblo, toda la familia nos recibe. Primero sus padres, cargados con dos tazas de chocolate caliente y galletas caseras. Me sorprende que, a pesar de ser un completo desconocido, me saluden como si fuera uno más. Su madre, Marisol, con un abrazo. Su padre, apretando mi mano con firmeza dándome suaves golpes en la espalda mientras me pregunta qué tal ha ido el viaje. Antes de que pueda ser consciente de dónde estoy, un hombre mayor que yo, me arrebata la maleta dándome la bienvenida entre carcajadas. Norberto es el marido de Nerea, la hermana de Nuria. Ella me sorprende con otro abrazo semejante al de su madre. El olor a vainilla la delata como la cocinera oficial de las galletas con las que nos han recibido. Antes de que pueda seguir adelante, dos torbellinos idénticos a Nerea aparecen de la nada para abrazar a su tía. Las observo en silencio y vuelvo a sonreír. Ver a Nuria tan feliz es el mejor regalo que podría recibir.

Después de pasar toda la tarde frente a la chimenea comiendo dulces caseros y jugando con las sobrinas de Nuria, llega la noche. Al observar la estancia soy incapaz de imaginar cómo vamos a poder comer en un espacio tan pequeño. A pesar de mis dudas, los padres de Nuria, con la ayuda de sus hijas logran convertir el diminuto comedor en una estancia confortable.

Observo la escena en silencio impregnándome del sentimiento de hogar que me embarga. En casa de mis padres y de mis abuelos siempre ha primado el protocolo y las navidades se convirtieron en una festividad tediosa en la que nadie disfrutaba. Sin embargo, la familia de Nuria festeja cada segundo de la velada. Desde la apertura del champán hasta la presentación de los platos. Con los turrones y los polvorones coronando la mesa, la velada se traslada al salón. Norberto remueve las ascuas mientras su suegro rellena las copas. Declino la invitación. No he vuelto a probar el alcohol desde la mañana que desperté en el piso de Nuria. Me limito a brindar y dejo la copa. Nuria me sonríe desde el marco de la puerta. Está preciosa con ese vestido blanco que se ha puesto especialmente para la cena y veo la ocasión perfecta cuando me llama. Atravesamos el pasillo y salimos al porche. El pequeño jardín está cubierto de nieve.

—Estás preciosa…

Nuria me mira y sonríe. Está nerviosa e inquieta. Lo cual me divierte e inevitablemente me rio, contagiándole mi buen estado de ánimo.

—¡Tengo tu regalo! Ya sé que debería esperar a mañana, pero necesito dártelo ya.

—Yo también tengo un regalo para ti. ¿Lo quieres ahora?

Asiente y su nerviosismo transmuta en ilusión. Nunca había visto a nadie disfrutar tanto como a ella. Saberme culpable de su alegría me hincha el pecho. Antes de que pueda entregarle el estuche que llevo en el bolsillo, me ofrece una bolsa decorada con un enorme lazo rojo. Al abrir el presente, el secreto de su nerviosismo se desvela. Observo con detenimiento el diseño del reloj. Su elegancia queda relegada a un segundo plano cuando descubro el logo de la empresa impreso en la carátula. Me dejo llevar y la abrazo con fuerza. Al sentir su cuerpo contra el mío, mi corazón se dispara. Me quedo prendado de sus ojos azules y el brillo que desprenden. Es el momento idóneo para culminar este instante con un beso. Sin embargo, el miedo me anima a entregarle su regalo. La ilusión vuelve a iluminar su mirada ampliando su sonrisa. Al deslizar el lazo, la caja de la joyería queda al descubierto. Al abrirla, su sonrisa desaparece. El pánico se apodera de mí hasta que se lanza sobre mi cuello y me abraza.

—Es preciosa —comenta haciendo referencia a la gargantilla.

—Tú eres preciosa…

Ahora o nunca. Todo o nada. Si doy este paso debe ser porque estoy seguro de que será una apuesta ganadora. Que, si me lanzo contra su boca, no se alejará. La miro con determinación. Primero a los ojos, después a sus labios y antes de que el miedo me paralice, la beso. En cuanto sus manos rodean mi cuello, sé que he encontrado el camino.

—Te quiero, Nuria, te quiero tanto que ahora soy consciente de que mi mejor apuesta siempre será luchar por ti.


Sobre la autora…

Erica C. Morales es una madrileña asentada en un pequeño municipio de Guadalajara donde resurgió su pasión por la escritura. Su última novela, «Entre el bien y el mal», (disponible en Amazon) salió a la venta en 2023 bajo el sello editorial Romantic ediciones.
Si no quieres perderte su trayectoria puedes seguirla en redes sociales: Instagram: @ericacmorales

4 respuestas a “Todo o Nada (Una apuesta ganadora)”

  1. Avatar de
    Anónimo

    Muchas gracias por la oportunidad. Me ha encantado participar en el blog.

    Le gusta a 1 persona

    1. Avatar de Teresa Pérez Landa

      Y a nosotros tenerte por aquí. Gracias a ti por escribir para el blog. ¡Un abrazo fuerte de parte de todo el equipo!

      Me gusta

  2. Avatar de Mercedes Utrera

    Felicidades Erica por tu relato! Un placer tenerte por aquí.

    Le gusta a 1 persona

  3. Avatar de crisvlosa
    crisvlosa

    un relato muy tierno que puede convertirse en mucho más

    Le gusta a 1 persona

Deja un comentario

Blog de WordPress.com.